Hace un
tiempo tuve una discrepancia con una
colega y amiga. Si bien ambas adherimos
a la convicción de que la imaginación
tiene un gran poder para generar nuestra
experiencia de la realidad, divergimos
en relación a cómo influye cuando la
utilizamos para ayudar a otros. He
notado que el punto de vista de mi
amiga, es usual actualmente entre
quienes conocen y practican métodos de
visualización o imaginación para
cambiar, sanar, armonizar y lograr
objetivos. De manera que decidí
compartir aquí nuestro desacuerdo, con
la idea de que pueda ser útil para
clarificar cuestiones sobre el tema.
Pero
antes, algunas palabras para quienes no
estén familiarizados con el poder de la
imaginación.De acuerdo con la filosofía
chamánica nuestras creencias, actitudes,
convicciones, expectativas e imágenes,
generan nuestra experiencia de la
realidad. Quiero resaltar que he dicho
nuestra experiencia de la
realidad y no la realidad misma, ya que
la Creación corre por cuenta del Gran
Espíritu. Nosotros podemos co-crear
cuando actuamos o pensamos en forma
consciente en dirección a un objetivo.
Cómo generan nuestra experiencia? Por un
lado condicionan nuestra interpretación
de los hechos y la manera de responder a
los mismos; por el otro (desde una
perspectiva más esotérica) actúan como
imanes que “atraen” acontecimientos. Así
es que si queremos modificar nuestra
experiencia podemos utilizar el
pensamiento y la imaginación en forma
activa, consciente y voluntaria para
cambiar nuestra visión de la realidad y
atraer nuevas circunstancias.
Por ejemplo, si una persona está
enferma, puede imaginarse sana o en
proceso de sanar. Esto favorecerá sus
procesos de curación y atraerá opciones
nuevas o más adecuadas para su mejoría
(información útil, médicos apropiados,
medicinas complementarias, etc.).
Mi amiga y yo acordamos con esta
filosofía y utilizamos el pensamiento y
la imaginación voluntaria y activa para
transformar nuestra experiencia de la
realidad, pero discrepamos en cuanto a
la manera de utilizarla para ayudar a
otros.
Mi querida
hija estaba pasando por lo que, según mi
punto de vista, era un largo período de
tristeza. Yo estaba preocupada y me
planteaba qué podía hacer para ayudarla,
o qué podría ser efectivo para su
mejoría. En medio de mis tribulaciones
llamó mi colega y me preguntó cómo
estaba, lo cual me dio la oportunidad de
exteriorizar mis preocupaciones. Luego
de escucharme dijo:
-
Querés una
sugerencia?
-
Si -
contesté
-
A mi me
parece que si vos imaginás a tu hija
bien, contenta, con energía, etc. y
tenés confianza y convicción en que ella
va a estar bien, tu hija va a mejorar.
Me quedé
unos segundos en silencio sopesando lo
que había escuchado. Mi amiga me
recordaba que yo tenía recursos -que no
estaba empleando en ese momento- para
transformar mi visión de la situación.
¡Eso me venía muy bien!, pero algo de lo
que dijo o de cómo lo dijo me inquietó.
No estaba segura de haberla entendido
bien, de manera que contesté:
-
Si, claro,
puede ser. Siempre y cuando ella esté
abierta a mi influencia al respecto,
esté dispuesta a estar mejor o con
posibilidades de estarlo en este
momento.
-
Yo creo
que si vos estás totalmente confiada y
la imaginás bien, esto llevará a que
ella esté contenta – aclaró mi amiga
Con esta
respuesta explicitaba lo que yo había
sentido implícito al comienzo de nuestra
conversación. ¿Ahí se confirmaba mi
sospecha?, ¿ella creía que la
imaginación tiene poder sobre el otro?
-
Yo no lo
veo así – respondí - Creo que hacer eso
puede ser bueno para mi y quizás
la ayude a ella. Si tengo confianza y la
imagino contenta, eso me cambiará a mi.
Podría sentir, pensar y actuar de otra
manera. Podría cambiar la imagen que
ahora tengo de mi hija y eso llevaría a
una relación diferente con ella ahora.
Esto a su vez podría llevarla a cambiar
su actitud respecto de lo que la
entristece... pero no hay forma de saber
cuál será el curso de su cambio.
-
Yo creo
que si uno tiene toda la confianza
necesaria el otro cambia en esa
dirección y es más, el cambio es
inmediato – enfatizó.
En ese
momento la palabra inmediato me
sacudió. Pensé: ¿cómo en forma
inmediata?, los procesos llevan tiempo.
Cuánto tarda una semilla en crecer? Qué
tiempo lleva aprender?
-
En forma
“inmediata”?!! –dije- Pero entonces vos
crees que uno puede cambiar a los demás?
Uno no tiene poder “sobre” el otro. Los
otros cambian cuando pueden y quieren, y
según su propia modalidad, a su propio
ritmo. Los procesos llevan tiempo, a
veces mucho a veces poco. Algunos
cambios son inmediatos, pero eso depende
de tantas cosas... no se puede aseverar
que lo serán.
-
Yo no lo
veo así - dijo – Creo que la imaginación
es muy poderosa
-
Si, es muy
poderosa pero no para llevar a alguien
en la dirección que a uno le parece. Uno
sólo favorece direcciones, no las
determina.
-
Yo creo
que cuando uno lo hace desde el Amor, la
Confianza y la Sanación el cambio es
inmediato y si no lo es, es porque no
hay total confianza
-
Evidentemente tenemos una discrepancia.
Aún cuando sea desde el Amor y uno
conecte con fuerzas sanadoras, sólo
facilitamos el proceso del otro, no son
nuestra confianza ni nuestra imaginación
las que sanan, éstas tienen poder, pero
sólo para activar algo en el otro. Si se
activa o no (qué, cómo, cuándo) depende
del otro.
-
Si, hasta
que alguna de las dos cambie de visión
estaremos en desacuerdo –concluyó mi
amiga.
Luego de
este intercambio dijimos unas palabras
más y finalizamos afectuosamente la
comunicación.
Lamenté el desacuerdo y me quedé
pensando en nuestra conversación. En
primer lugar, decidí cambiar la visión
que tenía de mi hija y su situación. Con
la idea de favorecer su mejoría y mi
propio bienestar, comencé a imaginarla
más contenta y a confiar en que ella
encontraría la manera de estar mejor.
Tomé la perspectiva de que todo lo
ocurrido era para bien, formaba parte de
su camino y aprendizaje. Imaginé también
que nos relacionábamos de otra manera,
que nuestras conversaciones se tornaban
más livianas, alegres y optimistas. Eso
me alivió y mi preocupación cedió en
gran medida. Gracias a eso, al día
siguiente se me ocurrió una opción de
ayuda que mi hija aceptó.
Ahora ella está mejor, aunque por
momentos está triste y angustiada.
Cuando la veo decaer, no pienso que me
faltó confianza en su mejoría. Pienso
que es su propio proceso, su
personalidad o estilo, su ritmo, sus
elecciones, etc. y mantengo el foco en
mi propio cambio.
Si hubiera hecho todo esto con la idea
de que yo podía cambiarla sólo con mi
voluntad, correría el riesgo de atribuir
su mejoría a mis acciones o a mi
confianza. Prefiero pensar que su
mejoría se debe a que ella aceptó
mi estímulo en esta ocasión, y por sobre
todas las cosas, a su propia capacidad,
posibilidad y decisión de estar mejor.
Si tuviera la idea de que yo puedo
lograr que ella esté bien, sentiría
su decaimiento como un indicador de mi
“fracaso” o de que no estoy haciendo
todo lo posible. Podría llegar a
sentirme responsable de sus estados de
ánimo y tomarlos como algo personal.
Hilando aún más fino podría decir que no
sólo fui un estímulo para mi hija, sino
que mi hija fue un estímulo para mi.
Puedo pensar que en realidad fue ella la
que inició estos cambios por estar
preparada para avanzar en su proceso y
que yo sentí o capté -de alguna manera
no muy consciente- su disposición.
Quizás fue esto lo que en realidad me
motivó a hablar con mi colega. De manera
que ambas me ayudaron.
En segundo
lugar acepté el desacuerdo con mi amiga.
Pero si fuera cierto lo que sostiene,
bastaría con que ella imaginara con toda
su convicción que yo cambio de parecer,
para que nuestro desacuerdo quedara
zanjado. Ahora bien, o ella no está
imaginándolo (porque tiene cosas más
interesantes que hacer), o no está
haciéndolo con total convicción. Ya que
sigo convencida de que nadie lograría
cambiarme (aún cuando tuviera una
intención confiada y amorosa)
simplemente porque yo no deseo cambiar a
este respecto.
Todos los
días en mi consultorio escucho a
personas empeñadas en cambiar a otros.
Aún cuando muchas veces yo misma tengo
esta tentación, y a veces también lo
intento, desisto ni bien me percato
porque lo encuentro inútil en el mejor
de los casos, y perjudicial la mayoría
de las veces.
Una cosa es ofrecer ayuda con la
consciencia de que el otro es libre de
tomarla o no, otra muy diferente es
pensar que uno puede producir el
efecto deseado en el otro. En mi
experiencia, esta última idea aún con la
mejor de las intenciones podría
llevarnos a manipulaciones,
frustraciones, enojos, culpas,
soberbias, vanidades, y también a asumir
responsabilidades que no tenemos en
relación al bienestar del otro.
Una cosa es facilitar la sanación y
colaborar con el cambio de los demás,
otra muy diferente es pensar que
nosotros sanamos o cambiamos a los demás
independientemente de su propia elección
o posibilidad.
Más allá del medio o la herramienta que
utilicemos -palabras, acciones,
imaginación, rituales, etc.- el
resultado es el mismo: el otro cambia
sólo si es su momento, si puede o si
quiere cambiar.
Por otra parte, podemos saber sin lugar
a dudas lo que es bueno para el otro?
Podemos saber qué necesita o quiere
aprender? Qué experiencias permitirán o
facilitarán su aprendizaje? Qué caminos
le convendría tomar? Adónde necesita o
puede llegar y cuáles son sus tiempos?
Podemos
guiar y ser guiados pero en definitiva
sólo uno puede buscar y encontrar sus
propias respuestas. Podemos sanar y ser
sanados pero en última instancia, la
sanación es un proceso personal que
puede ser facilitado pero no producido
por los demás. |