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Amo y esclavo
Por Serge Kahili King

Hace un tiempo tuve una discrepancia con una colega y amiga. Si bien ambas adherimos a la convicción de que la imaginación tiene un gran poder para generar nuestra experiencia de la realidad, divergimos en relación a cómo influye cuando la utilizamos para ayudar a otros. He notado que el punto de vista de mi amiga, es usual actualmente entre quienes conocen y practican métodos de visualización o imaginación para cambiar, sanar, armonizar y lograr objetivos. De manera que decidí compartir aquí nuestro desacuerdo, con la idea de que pueda ser útil para clarificar cuestiones sobre el tema.

Pero antes, algunas palabras para quienes no estén familiarizados con el poder de la imaginación.De acuerdo con la filosofía chamánica nuestras creencias, actitudes, convicciones, expectativas e imágenes, generan nuestra experiencia de la realidad. Quiero resaltar que he dicho nuestra experiencia de la realidad y no la realidad misma, ya que la Creación corre por cuenta del Gran Espíritu. Nosotros podemos co-crear cuando actuamos o pensamos en forma consciente en dirección a un objetivo.
Cómo generan nuestra experiencia? Por un lado condicionan nuestra interpretación de los hechos y la manera de responder a los mismos; por el otro (desde una perspectiva más esotérica) actúan como imanes que “atraen” acontecimientos. Así es que si queremos modificar nuestra experiencia podemos utilizar el pensamiento y la imaginación en forma activa, consciente y voluntaria para cambiar nuestra visión de la realidad y atraer nuevas circunstancias.
Por ejemplo, si una persona está enferma, puede imaginarse sana o en proceso de sanar. Esto favorecerá sus procesos de curación y atraerá opciones nuevas o más adecuadas para su mejoría (información útil, médicos apropiados, medicinas complementarias, etc.).
Mi amiga y yo acordamos con esta filosofía y utilizamos el pensamiento y la imaginación voluntaria y activa para transformar nuestra experiencia de la realidad, pero discrepamos en cuanto a la manera de utilizarla para ayudar a otros.

Mi querida hija estaba pasando por lo que, según mi punto de vista, era un largo período de tristeza. Yo estaba preocupada y me planteaba qué podía hacer para ayudarla, o qué podría ser efectivo para su mejoría. En medio de mis tribulaciones llamó mi colega y me preguntó cómo estaba, lo cual me dio la oportunidad de exteriorizar mis preocupaciones. Luego de escucharme dijo:

-         Querés una sugerencia?

-         Si - contesté

-         A mi me parece que si vos imaginás a tu hija bien, contenta, con energía, etc. y tenés confianza y convicción en que ella va a estar bien, tu hija va a mejorar.

Me quedé unos segundos en silencio sopesando lo que había escuchado. Mi amiga me recordaba que yo tenía recursos -que no estaba empleando en ese momento- para transformar mi visión de la situación. ¡Eso me venía muy bien!, pero algo de lo que dijo o de cómo lo dijo me inquietó. No estaba segura de haberla entendido bien, de manera que contesté:

-         Si, claro, puede ser. Siempre y cuando ella esté abierta a mi influencia al respecto, esté dispuesta a estar mejor o con posibilidades de estarlo en este momento.

-         Yo creo que si vos estás totalmente confiada y la imaginás bien, esto llevará a que ella esté contenta – aclaró mi amiga 

Con esta respuesta explicitaba lo que yo había sentido implícito al comienzo de nuestra conversación. ¿Ahí se confirmaba mi sospecha?, ¿ella creía que la imaginación tiene poder sobre el otro? 

-         Yo no lo veo así – respondí - Creo que hacer eso puede ser bueno para mi y quizás la ayude a ella. Si tengo confianza y la imagino contenta, eso me cambiará a mi.  Podría sentir, pensar y actuar de otra manera. Podría cambiar la imagen que ahora tengo de mi hija y eso llevaría a una relación diferente con ella ahora. Esto a su vez podría llevarla a cambiar su actitud respecto de lo que la entristece... pero no hay forma de saber cuál será el curso de su cambio.

-         Yo creo que si uno tiene toda la confianza necesaria el otro cambia en esa dirección y es más, el cambio es inmediato – enfatizó. 

En ese momento la palabra inmediato me sacudió. Pensé: ¿cómo en forma inmediata?, los procesos llevan tiempo. Cuánto tarda una semilla en crecer? Qué tiempo lleva aprender? 

-         En forma “inmediata”?!! –dije- Pero entonces vos crees que uno puede cambiar a los demás? Uno no tiene poder “sobre” el otro. Los otros cambian cuando pueden y quieren, y según su propia modalidad, a su propio ritmo. Los procesos llevan tiempo, a veces mucho a veces poco. Algunos cambios son inmediatos, pero eso depende de tantas cosas... no se puede aseverar que lo serán.

-         Yo no lo veo así - dijo – Creo que la imaginación es muy poderosa

-         Si, es muy poderosa pero no para llevar a alguien en la dirección que a uno le parece. Uno sólo favorece direcciones, no las determina.

-         Yo creo que cuando uno lo hace desde el Amor, la Confianza y la Sanación el cambio es inmediato y si no lo es, es porque no hay total confianza

-         Evidentemente tenemos una discrepancia. Aún cuando sea desde el Amor y uno conecte con fuerzas sanadoras, sólo facilitamos el proceso del otro, no son nuestra confianza ni nuestra imaginación las que sanan, éstas tienen poder, pero sólo para activar algo en el otro. Si se activa o no (qué, cómo, cuándo) depende del otro.

-         Si, hasta que alguna de las dos cambie de visión estaremos en desacuerdo –concluyó mi amiga. 

Luego de este intercambio dijimos unas palabras más y finalizamos afectuosamente la comunicación.
Lamenté el desacuerdo y me quedé pensando en nuestra conversación. En primer lugar, decidí cambiar la visión que tenía de mi hija y su situación. Con la idea de favorecer su mejoría y mi propio bienestar, comencé a imaginarla más contenta y a confiar en que ella encontraría la manera de estar mejor. Tomé la perspectiva de que todo lo ocurrido era para bien, formaba parte de su camino y aprendizaje. Imaginé también que nos relacionábamos de otra manera, que nuestras conversaciones se tornaban más livianas, alegres y optimistas. Eso me alivió y mi preocupación cedió en gran medida. Gracias a eso, al día siguiente se me ocurrió una opción de ayuda que mi hija aceptó.
Ahora ella está mejor, aunque por momentos está triste y angustiada. Cuando la veo decaer, no pienso que me faltó confianza en su mejoría. Pienso que es su propio proceso, su personalidad o estilo, su ritmo, sus elecciones, etc. y mantengo el foco en mi propio cambio.
Si hubiera hecho todo esto con la idea de que yo podía cambiarla sólo con mi voluntad, correría el riesgo de atribuir su mejoría a mis acciones o a mi confianza. Prefiero pensar que su mejoría se debe a que ella aceptó mi estímulo en esta ocasión, y por sobre todas las cosas, a su propia capacidad, posibilidad y decisión de estar mejor.
Si tuviera la idea de que yo puedo lograr que ella esté bien, sentiría su decaimiento como un indicador de mi “fracaso” o de que no estoy haciendo todo lo posible. Podría llegar a sentirme responsable de sus estados de ánimo y tomarlos como algo personal. 
Hilando aún más fino podría decir que no sólo fui un estímulo para mi hija, sino que mi hija fue un estímulo para mi. Puedo pensar que en realidad fue ella la que inició estos cambios por estar preparada para avanzar en su proceso y que yo sentí o capté -de alguna manera no muy consciente- su disposición. Quizás fue esto lo que en realidad me motivó a hablar con mi colega. De manera que ambas me ayudaron. 

En segundo lugar acepté el desacuerdo con mi amiga. Pero si fuera cierto lo que sostiene, bastaría con que ella imaginara con toda su convicción que yo cambio de parecer, para que nuestro desacuerdo quedara zanjado. Ahora bien, o ella no está imaginándolo (porque tiene cosas más interesantes que hacer), o no está haciéndolo con total convicción. Ya que sigo convencida de que nadie lograría cambiarme (aún cuando tuviera una intención confiada y amorosa) simplemente porque yo no deseo cambiar a este respecto. 

Todos los días en mi consultorio escucho a personas empeñadas en cambiar a otros. Aún cuando muchas veces yo misma tengo esta tentación, y a veces también lo intento, desisto ni bien me percato porque lo encuentro inútil en el mejor de los casos, y perjudicial la mayoría de las veces.
Una cosa es ofrecer ayuda con la consciencia de que el otro es libre de tomarla o no, otra muy diferente es pensar que uno puede producir el efecto deseado en el otro. En mi experiencia, esta última idea aún con la mejor de las intenciones podría llevarnos a manipulaciones, frustraciones, enojos, culpas, soberbias, vanidades, y también a asumir responsabilidades que no tenemos en relación al bienestar del otro.
Una cosa es facilitar la sanación y colaborar con el cambio de los demás, otra muy diferente es pensar que nosotros sanamos o cambiamos a los demás independientemente de su propia elección o posibilidad.
Más allá del medio o la herramienta que utilicemos -palabras, acciones, imaginación, rituales, etc.- el resultado es el mismo: el otro cambia sólo si es su momento, si puede o si quiere cambiar. 
Por otra parte, podemos saber sin lugar a dudas lo que es  bueno para el otro? Podemos saber qué necesita o quiere aprender? Qué experiencias permitirán o facilitarán su aprendizaje? Qué caminos le convendría tomar? Adónde necesita o puede llegar y cuáles son sus tiempos?
 

Podemos guiar y ser guiados pero en definitiva sólo uno puede buscar y encontrar sus propias respuestas. Podemos sanar y ser sanados pero en última instancia, la sanación es un proceso personal que puede ser facilitado pero no producido por los demás.

 

 

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