Hace un tiempo hablaba en un taller de las tensiones y los conflictos que pueden existir entre nuestros distintos aspectos (esto es, entre nuestros sentimientos, nuestros pensamientos y nuestros comportamientos), y afirmaba que la armonía no consiste necesariamente en que dichos aspectos estén de acuerdo (cosa que muchas veces no ocurre), sino en respetar a cada uno, tolerar sus discrepancias y conducirlos de acuerdo a los dictados de nuestra alma, nuestras necesidades, nuestros valores o nuestras metas.
Veamos otros ejemplos:
Las respuestas automáticas son “naturales” y están al servicio de la supervivencia física o de la preservación psíquica, y son por ello útiles y necesarias (y quizás inevitables en una primera instancia). Consisten en una forma rápida y económica (en términos de esfuerzo) de resolución, tanto en el sentido de llevarnos a la acción como en el de evitarla cuando se trata de protegernos de algo, pero que estén al servicio de la supervivencia o de la preservación sólo significa eso. No quiere decir que a la larga sean las formas más convenientes o las más evolucionadas; quiere decir que la naturaleza nos provee de un mecanismo que no necesitamos aprender ni elaborar para salir del paso. Considero que, si estos mecanismos nos resultan útiles, adelante con ellos, pero si sus consecuencias o sus resultados son insatisfactorios necesitamos implementar otros más elaborados. En lugar de ser automática, esta elaboración es voluntaria, es decir, necesitamos proponérnosla de manera deliberada. Elaborar un conflicto constituye una travesía (a veces ardua) de transformación, pero nos puede llevar a armonizarnos en una escala mayor. No pretendo ofrecer aquí recetas ni fórmulas fáciles o infalibles de transitar este camino que trasciende lo automático. La tarea de elaboración es muy personal y artesanal; constituye un proceso en el que vamos ensayando y descubriendo diferentes opciones hasta encontrar lo que más nos beneficia en cada caso. Sin embargo, sí me gustaría ofrecer una guía posible para encarar este proceso. El primer paso consiste en identificar lo que sentimos, lo que pensamos y lo que hacemos. Este reconocimiento puede ser en sí mismo difícil por muchos motivos; básicamente porque nos cueste clarificar lo que nos pasa (nos encontramos con una madeja de cosas confusas) o porque su contenido nos parezca criticable, reprochable o desagradable. Otro de los factores que facilitan la aceptación de nuestras discrepancias internas es recordar que estos factores son sólo expresión de cómo estamos en un momento determinado, por lo tanto no son definitivos, no expresan nuestra totalidad y son tanto cambiantes como cambiables. Son hábitos de respuesta o aspectos de nuestra personalidad. El segundo paso es proponernos comprender a cada una de las partes por separado. Enfocar en cada una individualmente nos permite conocerlas mejor, conectar con su función, con su vivencia particular y con sus necesidades. No es lo mismo escuchar tres voces en simultáneo que una a la vez. En un tercer paso, podemos conectarnos con el silencio, con la intuición, con el alma o con el espíritu y, a partir de esa conexión, preguntarnos qué es lo que realmente necesitamos considerar en cada momento, si hay alguna forma de tener en cuenta las diferentes necesidades o bien cuál de ellas nos corresponde priorizar. Otras preguntas útiles pueden ser: ¿existe otra perspectiva o acción posible, que no hayamos tenido en cuenta, en relación a la situación que tenemos por delante?, o bien ¿qué es lo más importante para nosotros en dicha situación? De esa manera, lo importante puede actuar como un posible organizador. Si queremos calar más profundo, podemos considerar también cuáles son nuestros valores o nuestra metas, y qué tipo de solución podría estar más en concordancia con ellas. Para finalizar, me gustaría decir que lo que queda luego es, obviamente, ensayar o llevar a la práctica lo que hemos descubierto. En este sentido, algo por tener en cuenta es que podemos utilizar el procedimiento mencionado para lidiar con todas las tensiones o dificultades que se puedan ir presentando a lo largo de este recorrido. El factor armonizador en esta etapa (como también en la anterior) es cultivar una actitud tolerante, comprensiva y respetuosa que nos sostenga en esta búsqueda.
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